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Pan de la Palabra


05 Noviembre 2021

  • Feria – Semana 31ª del Tiempo Ordinario
  • Verde
  • SANTA ISABEL

PRIMERA LECTURA
De la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-12

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.
Pero tú, ¿por qué juzgas mal a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? Todos vamos a comparecer ante el tribunal de Dios. Como dice la Escritura: Juro por mí mismo, dice el Señor, que todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán públicamente que yo soy Dios.
En resumen: cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios. Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 26
R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién voy a tenerle miedo? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién podrá hacerme temblar? R/.
Lo único que pido, lo único que busco / es vivir en la casa del Señor toda mi vida, / para disfrutar las bondades del Señor / y estar continuamente en su presencia. R/.
La bondad del Señor espero ver / en esta misma vida. / Ármate de valor y fortaleza / y en el Señor confía.R/.

EVANGELIO
Del Evangelio según san Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

Palabra del Señor.

 LECTIO DIVINA

Para meditar

• Es admirable el orgullo que Pablo siente por la misión recibida: predicar la buena noticia de Jesús a todos los pueblos. Ha dedicado toda su vida a eso. Este orgullo no es vanidad, porque reconoce que todo eso es “lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe”. Él, Pablo, ha puesto todas sus energías para que llegue el Evangelio a todas partes, pero es obra de Cristo y de su Espíritu.

Aquí emplea una comparación litúrgica para describir lo que ha hecho: él es “ministro (en griego “liturgo”) de Cristo para los gentiles”, y su “acción sagrada consiste en anunciar el evangelio” (en griego: ejercer el culto del Evangelio), “para que la ofrenda de los paganos” (“prosforá”, ofrenda sacrificial) sea agradable a Dios”. Es la liturgia de la vida. El apostolado de Pablo se une a la ofrenda vital de la fe de los creyentes, en una única liturgia ofrecida a Dios.

Si nosotros tuviéramos tanto amor a Cristo como él, tampoco nos pararíamos ante nada con tal de seguir evangelizando este mundo, a los niños y a los jóvenes y a los mayores, a los de cerca y a los de lejos. No nos asustarían las dificultades y ya encontraríamos el lenguaje y la pedagogía oportunos. Lo importante es si estamos convencidos de que vale la pena esta buena noticia: ese era el motor de Pablo en su admirable actividad evangelizadora.

El salmo nos ha hecho expresar un sentimiento misionero: “El Señor revela a las naciones su justicia... los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Señor”. No sé si podremos decir, al final de un año o de la vida, como Pablo: “Lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo”. Pero sí tenemos que hacer todo lo posible para comunicar nuestra fe a otros.

• ¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu? En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. Hace unos días nos ponía Jesús el ejemplo del que hace presupuestos para la edificación de una casa o para la batalla que piensa librar contra el enemigo. Hoy nos amonesta con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo.

También en nuestra vida misionera –evangelización, catequesis, construcción de la comunidad– debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales. Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora?

Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿Somos hijos de la luz que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa?

 

Para reflexionar

 ¿El Evangelio nos purifica de tal modo que nuestra vida y actuar son agradables a Dios? ¿Actuamos con pureza de corazón y de mente buscando desvelar el misterio de la astucia del mundo?

Oración final

Siento que soy un mal administrador de mi propia vida, que no logro alcanzar la rentabilidad de todos los dones que tú me ofreces. Pero sé que nunca es tarde. Si tú me acompañas, nuevamente, retomaré el vuelo.  Amén.


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